Los comienzos fueron complicados y la competencia muy alta, por lo que los relojes Blancpain tardaron en obtener un reconocimiento unánime por parte de la alta sociedad. No es hasta el año 1835 cuando un bisnieto de Jean Jacques consigue, por fin, ampliar el taller relojero y abrir una pequeña fábrica relojera, en la que se empezó a fraguar el prestigio de la marca, extendiendo su nombre por Francia, Alemania y Rusia.
La marca sufre un grave revés en 1932, cuando la dinastía Blancpain desaparece y la fábrica, con todo su prestigio incorporado, pasa a nombre de Madame Fichter, la cuál decide eliminar el apellido Blancpain de los relojes fabricados y cambiarlo por Rayville, nombre que, según muchos expertos, no era más que un anagrama de Villaret.
Rayville lanzó varios modelos de relojes al mercado, los cuales fueron bien aceptados por la crítica y por el gran público. No obstante, la marca no se supo adaptar bien a la llegada del cuarzo y poco a poco fue perdiendo peso en la industria relojera hasta que en los años 70 del siglo XX, la marca fue absorbida por un consorcio relojero cuya marca más renombrada era Omega.
Pero en el año 1983, cuál Ave Fénix, la marca Blancpain vuelve al mercado relojero con nuevos dueños, pero intentando mantener el espíritu de Jean Jacques Blancpain. De hecho, el lugar elegido para instalar el taller relojero fue una pequeña granja en Le Brassus, muy similar a la de Villaret en la que se instaló el primer taller de la marca.
Ahora, ocupa ya el lugar que siempre se mereció dentro de la relojería de alta gama, de relojes de lujo, hecho que intenta potenciar no utilizando nunca tecnología de cuarzo en sus relojes. Además, utiliza en cada modelo materiales reconocibles: oro de 18 quilates, platino, piedras preciosas, correas de cuero cosidas a mano,…, exclusividad que se encarga de potenciar, también, con una producción limitada a 6.000 unidades anuales.